No podemos ignorar la situación actual cuando la caracteriza la turbulencia, la incertidumbre, los cambios permanentes y las vibraciones de la tensión social, económica y política presente a nivel global.
Bajo este contexto, hoy más que nunca, el estrés se ha instalado en las organizaciones y la lucha contra él es la batalla que se viene.
Lejos de ser una moda, tendencia y/o excusa; es como un “nuevo estado civil” en el que se divide la sociedad: “estresados y no estresados”. Lo habitual es padecer, negar e ignorar este estado en resguardo de la carrera profesional. Pero entonces… Cómo ofrecer los mejores resultados según la capacidad actual y desarrollar al máximo el potencial; si como “aguantadores” las consecuencias son exactamente las contrarias: disminución de productividad, ausentismo, desmotivación, insatisfacción general, renuncias, etc.
El término “estrés” proviene de la Ingeniería y Arquitectura refiriéndose a la fuerza que se aplica a un objeto, la cual puede deformarlo o romperlo.
Traduciéndolo a nivel humano (según Hans Seyle) “es una respuesta adaptativa del organismo ante un estímulo real o imaginario, también calificado como tensión”. Sencillamente describe los síntomas que se producen en el cuerpo ante el aumento de presiones impuestas por el medio externo o por nuestra misma persona. De esta manera los invito a que repasemos las fuentes generadoras de estrés (según el Modelo de Tensión de S. Robbins).
Fuentes individuales: percepción de las situaciones, madurez emocional, rasgos de personalidad, problemas personales, etc.
Fuentes ambientales: cambios tecnológicos, incertidumbre política, económica y social, congestionamiento vial, largas filas, no encontrar dónde estacionar, andar siempre a prisa queriendo llegar no importa dónde pero siempre contra reloj, etc.
Fuentes organizacionales: estructuras poco definidas y/o desorganizadas, estilos de liderazgo desalineados con el contexto organizacional, falta de empowerment, programas de motivación obsoletos, debilidad y escasez en la comunicación, relaciones interpersonales deficientes, despidos, fusiones, cambio de jefes, largas jornadas laborales y sobre carga de responsabilidad, control desmedido por desconfianza, falta de herramientas e infraestructura para el trabajo cotidiano, etc.
Estas fuentes interactúan generando tensión, ante la cual el hipotálamo (que se encuentra en la parte media inferior del cerebro) activa las glándulas suprarrenales para que liberen adrenalina en la sangre y el cuerpo esté preparado para lidiar con situaciones estresantes; pero si no liberamos la energía interna, ésta queda alojada en las partes más vulnerables de nuestro organismo ocasionando:
• dolores de cabeza, • sudoración, • palpitaciones,
• ataques de pánico, • mareos, fatiga inexplicable,
• falta de concentración, • irritabilidad, agresividad,
• ansiedad, • caída del cabello, • dolores musculares,
• suba del azúcar en la sangre, • úlcera, inapetencia sexual, • trastornos de la alimentación, • problemas de la piel,
• cambio de humor inesperados, • insomnio, • depresión,
• predisposición al tabaquismo/alcoholismo,
• entre otros tanto síntomas.
Un cierto nivel de tensión resulta vigorizante, sobre todo cuando representa un estímulo para mantenernos alerta, motivados y preparados para una respuesta rápida. Lo elemental es mantener un equilibrio.
La tensión es acumulativa por eso es importante pedir ayuda y/o consultar ante cualquier síntoma antes de usar la frase “es la gota que derrama el vaso de agua”.